Marcela López Rey: creció en una familia muy pobre, trabajó desde chica y llegó a ser la villana favorita de las novelas después de brillar en el cine
Marcela López Rey vive en un pequeño y coqueto departamento, en el corazón de Palermo, y junto a sus gatos Platón y Miou Miou. En el lugar, muy acogedor, predominan diferentes tonos de lila y r...
Marcela López Rey vive en un pequeño y coqueto departamento, en el corazón de Palermo, y junto a sus gatos Platón y Miou Miou. En el lugar, muy acogedor, predominan diferentes tonos de lila y rosa, y hay fotos de sus trabajos y de obras de diversos dibujantes argentinos, desde Quino a Sendra y Caloi. Es su refugio.
Nació como Ema Ucha y es el nombre que usó como autora de telenovelas como 90-60-90 Modelos, La hermana mayor, Alta comedia. Pero cuando debutó como actriz, con apenas 16 años, eligió ser Marcela López Rey. En una charla íntima con LA NACIÓN recuerda su adolescencia, dice que fue criada para ser esposa y madre, pero que se reveló. Habla de su vida en México, de sus películas, de las villanas encantadoras que interpretó en muchas novelas y de sus amores.
–En la vida, ¿sos Ema o Marcela?
–Para todos los días soy Marcela porque la gente me identifica así y yo también. Y Ema, mi nombre verdadero, lo asocio a la escritura. Ema no era un nombre lindo en ese momento y decidí cambiármelo por Marcela, que siempre me gustó.
–¿Fue cuando empezaste a trabajar como actriz?
-Sí. Tenía 16 años y empecé protagonizando una fotonovela con Leonardo Favio, Claudia Sánchez y Emilio Alfaro. En Burzaco, donde crecí, hacía teatro experimental. No hice la escuela secundaria porque mis padres consideraban que las mujeres no tenían que estudiar. Confieso que me rebelé contra el mandato paterno y sigo rebelde. Ligué muchas cachetadas de la vida también, pero se aprende. Trabajo desde chica, venía a la Capital y trabajaba en una casa de fotografía retocando fotos. Después fui vendedora en una tienda de Lomas de Zamora que todavía existe y se llama Los cinco hermanos. Yo no soñaba exactamente con ser actriz sino con ser alguien, porque crecí en una familia muy pobre. Me acuerdo de que era amiga de una chica vecina del lugar en el que trabajaba y tenía una hermana que era productora de Editorial Abril, que hacía las fotonovelas. Así empecé y todo se fue dando hasta que un director de cine, Alfredo Bettanin, me citó para decirme que quería que estuviera en su película Libertad bajo palabra, con Lautaro Murúa. Me dijo: “La quiero así, no cambie nada”. Tuve suerte porque trabajé con directores muy buenos, pacientes, educados y tenían amor por lo que hacían. Y yo, aunque no me había formado, era muy observadora y una esponja.
–Fuiste la villana favorita de muchas novelas, ¿lo disfrutabas?
–Eso fue después porque antes hice mucho cine de la nouvelle vague y filmé con Torre Nilson, Rodolfo Khun, Manuel Antín. A la televisión entonces llegué con muchas películas hechas. Y en ese momento no estaba tan bien visto hacer televisión, porque era como algo menor. Pero pagaban muy bien y era muy popular. Hice algunas cosas, pero trabajé bastante más en televisión en la segunda parte de mi vida, cuando volví de México.
–¿Por qué te fuiste a México?
–Me contrataron cuando compraron dos películas mías, Los neuróticos, de Héctor Olivera, y Humo de marihuana, de Lucas Demare. Me fui por una temporada y me quedé siete años. Trabajé muchísimo en televisión y en cine, con directores muy importantes. Tuve mucha suerte. Creo que gustaba mi tipo y eso era muy irónico porque de chica pensaba que era fea.
–¿Pensabas que eras fea?
–Porque escuchaba que la gente le decía a mi mamá que yo era muy bonita, y mi mamá decía: “Pero cómo va a ser linda si es flaquita, y tiene el pelo negro y lacio”. Ella me hacía rulos. Para mi mamá yo no era linda y yo también creía eso. Y con los años, todo lo que parecía defecto se volvió virtud (risas). Y en México gustaba mi tipo, con pelo largo y lacio, con poco maquillaje.
–Y decías que a tu vuelta explotaste en televisión, además de seguir haciendo cine.
-Sí, y era la villana porque la heroína era una nena un poco tonta y melancólica y ya no tenía edad para eso (risas). Me divirtió mucho hacer villanas, esas cínicas que hablaban despacio y con voz grave. De todo guardo lindos recuerdos. En general amo lo que hice porque he vivido de mi trabajo toda mi vida y mis padres me lo inculcaron. Siempre fui muy seria, profesional y agradecida también porque pude criar a mi hija. Yo me separé muy rápido del padre de mi hija, Aníbal Uset. Nos casamos muy jóvenes.
–¿Cómo se conocieron?
–Haciendo fotonovelas, porque él era el director. Y después dirigió cine. Y tuvimos a nuestra hija Marcela, que es abogada; tengo nietos y bisnietas.
–¿Tuviste otros amores?
–Tuve otros sí, pero no tuve relaciones muy largas y nunca más me casé porque no quise. En ese momento era muy complicado el divorcio y me quedó el trauma de que casarse era un poco un castigo (risas). Nunca me enamoré de actores. Y hace ya muchos años que estoy sola.
–¿De qué compañeros guardás lindos recuerdos?
–De muchos. Hice dos películas con Tita Merello y me emociona porque era un gran personaje del cine argentino. Yo era chica, y en una de las películas hizo de mi madre. Nos llevamos muy bien, seguía siendo coqueta, le gustaban los hombres y era muy cabrona. Había que seguir su onda. Y recuerdo que cuando el director decía “cámara”, ella se transformaba en una leona y sabía cómo entrar en situaciones dificilísimas. El ambiente es muy agradable y se filma de una manera muy tranquila, entonces el cine permite una amistad. Y fui muy amiga de Sandro.
–Hiciste cine con él...
–Hicimos Quiero llenarme de ti, que es la película que más regalías me da. Era un duque. Me acuerdo que cuando llegó a la filmación dijo que no era actor y que nos respetaba mucho. Cuando fui a México también fue él porque empezaba a ser conocido allí. Y siempre me invitaba a sus recitales y después tomábamos champagne en su camarín y estaba con su bata y sus soquetes rojos. La última vez que lo vi fue cuando le dieron un título honorífico en la ciudad de Buenos Aires y ya estaba bastante mal, aunque tenía muy bien la voz. Me acuerdo que me dijo: “Vos estas igual, ¿cómo haces?”. Y le respondí que yo había dejado de fumar hacía mucho tiempo ya. Y tengo una profunda admiración por Niní Marshall, una actriz extraordinaria y una autora maravillosa. Una genia, creativa como pocas. Trabajé con ella en lo único que hizo en televisión, un especial que produjo Lino Patalano. Yo hice un sketch con ella en el que estábamos en un palco del Teatro Colón, con Carlos Perciavale y en vez de ver la función chusmeábamos. La traté bastante gracias a mi amistad con Lino, que era también muy amigo de ella. Era brillante Niní.
–Hace varios años que no trabajás, ¿te retiraste?
–No, nunca me retiré. No trabajo porque no hay trabajo. Pero si me llamaran, estoy lista. Creo que los actores y actrices nunca nos retiramos, somos eternos. Además, en nuestro país no hay personajes para actrices grandes. En cambio, las actrices inglesas o francesas trabajan hasta los 90 años, con sus arrugas. Y no veo ninguna película argentina que yo diga: “Qué lindo ese personaje, lo quiero para mí”. Porque no hay.
–Intercalaste tu trabajo como actriz con el de autora, ¿cómo se dio?
–Siempre quise escribir, de muy jovencita. Todavía guardo una libreta negra con anotaciones de mi adolescencia, y leía muchísimo. Y ser escritora me salvó económicamente. Un día conocí a Mario Bovcon, que era la mano derecha de Alejandro Romay, y le di un guion para Alta comedia, que firmé como Ema Ucha. Ya había escrito sinopsis para México y me las habían pagado. Al día siguiente me llamó para decirme que le había interesado y quería saber quién era Ema Ucha. En ese momento no me animé a decirle que era yo, y le respondí que era una amiga mía que estaba viviendo en México. Me dijo que si la localizaba le avisara porque estaba interesado. Recuerdo que pasé toda la noche pensando que era una tonta, cómo no le había dicho la verdad; cómo le decía que le había mentido. Finalmente le dije que era yo y se puso contento, me compró el guion y seguí escribiendo hasta que Romay vendió el canal. Hice 90-60-90 Modelos, La hermana mayor, algunos unitarios. Mi vínculo con Romay fue curioso porque como actriz casi nunca trabajé con él y como escritora casi siempre. Durante un tiempo la actriz quedó postergada por la escritora. Me fue muy bien, gané premios, estuve en la comisión de cultura de Argentores, hice ciclos muy interesantes.
–¿Y hoy estás trabajando?
–No, estoy viviendo la vida (risas). Hice un crucero a fin de año y me gusta viajar. Voy a nadar al Club de Amigos, voy a caminar, a pasear, es una ciudad que tiene mucha cultura. Tengo amigas y amigos, pero novio no, estoy retirada (risas).
–Si mirás para atrás, ¿qué pensás del recorrido de tu vida?
–He vivido una vida muy interesante y lo digo sin vanidad. Viví en México, hice 45 películas, me ha ido bien como autora. No le debo nada a nadie. Y además siempre digo que me parezco a mi misma (risas). Creo que es genética y actitud. Nunca gasté en cremas, uso una que es la más barata. La lectura de mi vida es que se puede llegar a esta edad y estar bien. No hay que autocompadecerse y tampoco castigarse. La vida vale la pena ser vivida. Hay que honrar la vida, como decía Eladia Blázquez.
Agradecimiento. Peinado: Wilma Benitez @wbsalondebelleza