Se conocieron en Barcelona y armaron un proyecto juntos que fue elegido por Elon Musk para presentar el nuevo Tesla: “Pensaron que estaba loca”
Sonrisa amplia, despliegue escénico y un magnetismo que capta a todos los presentes, todo para desgajar un pensamiento: “el primer paso es establecer que algo es posible, entonces es probable qu...
Sonrisa amplia, despliegue escénico y un magnetismo que capta a todos los presentes, todo para desgajar un pensamiento: “el primer paso es establecer que algo es posible, entonces es probable que ocurra”. Este es apenas uno de los tantos mantras que acompañan al excéntrico Elon Musk, en la vida y en su desembarco de la nueva planta de Tesla en Berlín, donde una de las sorpresas fue el catering. Entre los asistentes circulaban bandejas con sándwiches de carne, empanadas humeantes y sabores que nada tenían de casualidad, el menú había sido elegido por Elon. Una propuesta que llevaba el sello argentino y, detrás de ella, la historia de una mujer que había atravesado océanos y décadas para llegar a ese momento.
Entre bicis y teatro en la Lucila del Mar
Guadalupe Fernández Mejía nació en Martínez, pero creció en la Lucila del Mar, un pueblo costero de la provincia de Buenos Aires fundado por su abuelo Severo Fernández, inmigrante asturiano que dejó huella en el teatro y en el cine nacional de los años 40. “Fue un actor muy representativo de esa época, trabajó con figuras tan diversas como Tita Merello y Ethel Rojo. Su historia fue la primera gran narrativa que me atravesó”, recuerda Guada. Su infancia transcurrió entre bicicletas, playas, bosques y teatro. “Viví una vida austera, sencilla, profundamente conectada con lo esencial. A veces pienso que eso es lo que sigo buscando y creando hasta hoy”, confirma.
Desde temprano supo que su camino estaría ligado a lo creativo. “Soñaba con escribir, diseñar, hacer cine -sigue-. No me interesaba tanto un título profesional como la posibilidad de traducir el mundo en una experiencia. La curiosidad era un motor inagotable”. Ese propulsor fue el que la llevó a cruzar el Atlántico a los 19 años. Antes lo habían intentado sus hermanos, y ella había crecido mirando las cartas y fotos que llegaban de Barcelona, imaginando cómo sería la vida del otro lado del océano. “Cuando ellos emigraron, todo lo que descubrían me explotaba en la cabeza -insiste-. Yo miraba esas imágenes y pensaba: quiero estar ahí”.
El primer gran desafío de su nueva vida fue llegar a España justo cuando entraba en vigor el euro. Mientras trabajaba para sostenerse, estudió diseño textil, cine y dirección de arte. En ese contexto conoció a Jakob Schottstaedt, un berlinés con quien se cruzó en Barcelona hace 16 años. “Desde el comienzo sentimos que compartíamos cierta sensibilidad -reconoce-. Él es más estructurado, más racional. Yo soy más intuitiva, más emocional. Pero eso no nos distancia: nos equilibra”.
De la moda al fuego de la parrillaDiez años en Barcelona le dieron experiencias intensas: veranos trabajando en Menorca e Ibiza, amistades nuevas, intercambios culturales y una nostalgia suave que la acompañaba en cada mudanza. A los 30 se instaló en Berlín, donde comenzó con una marca de ropa llamada Árbol. “Diseñaba bolsos y camisetas con serigrafía sustentable -relata-. Pero en las ferias me di cuenta de que no había ninguna propuesta argentina en la escena del street food, y eso me hizo ruido”.
El impulso de probar algo distinto la llevó al Mauerpark, epicentro berlinés de la multiculturalidad. Allí nació Harina in Love. La anécdota del permiso lo cuenta como una comedia de enredos: “la mujer que me atendía me preguntó qué materiales trabajaba. Yo dije textil. Insistió: ‘¿Otro material?’ Y me vino a la cabeza lo que decían mis hermanos: que debía abrir una pizzería porque me salían muy bien. Así respondí ‘alimentos con harina’. Y así quedó: moda, diseño y alimentos con harina”.
Efectivamente, al principio fueron pizzas, hasta que una parrilla cambió todo. “Se me ocurrió revivir un sándwich que comíamos de chicos: carne, queso, chimichurri -explica-. Mi marido y mi hermano pensaron que estaba loca. Pero en una hora vendimos 100. Ahí entendí que la intuición tiene peso”.
La repercusión fue inmediata: catering para Deutsche Telekom, eventos en terrazas de bancos, bandas argentinas de gira como Wos, Ciro y Los Persas, El Mató a un Policía Motorizado y Las Pastillas del Abuelo, hasta un asado para Angela Merkel en la Casa de Gobierno. La lista también incluye a Keanu Reeves durante el rodaje de John Wick 4. “Él mismo se acercó a nosotros a buscar su comida y fue un momento hermoso”, señala.
Cuando llegó el llamado para Tesla, el proyecto ya había consolidado una identidad: comida argentina hecha con ingredientes locales, una propuesta artesanal, genuina y emocional. “Lo que más me gusta es eso -recalca-: que en Berlín hay espacio para las ideas. Si tenés una propuesta auténtica, acá la podés desarrollar”.
”La conexión cotidiana con lo natural en Berlín es algo que valoro muchísimo”Hace trece años que vive en la capital alemana, donde cría a sus tres hijos junto a Jakob. “Nuestra vida en Berlín es muy linda -explica-. Estamos en contacto con la naturaleza, los parques, los lagos. Esa conexión cotidiana con lo natural es algo que valoro muchísimo”. Señala como una diferencia clave con Argentina la educación. “Acá es bilingüe y no es un lujo, es un derecho -puntualiza-. Mis hijos van a una escuela hispano-alemana, y desde jardín están expuestos a culturas de toda Latinoamérica y España. Eso me sigue pareciendo un sueño”.
El idioma, precisamente, fue un desafío. “No hablo perfecto -cuenta-, tengo acento, cometo errores, pero hablo con ganas. Para mí lo importante era poder moverme en todos los espacios que me habitan: la escuela de mis hijos, el trabajo, los vínculos nuevos, ir al médico y explicar lo que te pasa”.
De su infancia argentina rescata el calor afectivo, la corporalidad de los vínculos, algo que contrasta con la educación más racional que encuentra en Alemania. Sin embargo, disfruta de cómo su familia se mueve entre ambas culturas, combinando razón y emoción.
El mayor reto actual, dice, es lidiar con la incertidumbre. “Vivimos rodeados de conflictos, de guerras, de crisis que no están lejos -cita-. En Alemania ya hace meses que la palabra ‘inflación’ aparece todos los días en los medios. Para nosotros, los argentinos, es un concepto familiar. Pero acá no lo era. Ahora sí”.
La actualidad es algo que también traslada a su rol de madre. “No los crío en una burbuja -afirma-. Hablamos mucho en casa. De lo que pasa, de lo que significa ser afortunados, de lo que implica tener acceso a una buena educación, a una vida en paz. Que no todos lo tienen, y que eso también es parte de la realidad”.
Entre la gastronomía y la creatividadGuadalupe se define hoy como directora creativa de Harina in Love. Diseña campañas, piensa eventos y conceptualiza propuestas que fusionan gastronomía, arte y experiencias. “Cada cual tiene una narrativa, una intención, un porqué. También estoy muy metida en redes -explica-. Trabajamos con una agencia de marketing de Tucumán que se llama Metamodo. Hay una conexión natural porque ellos también sueñan con lo que hacen, como nosotros”.
El próximo gran paso será abrir un local propio en Berlín, “Casa Harina in Love”. Aunque todavía no llegó el momento, lo imagina como la consolidación de un proyecto nacido de la intuición. En paralelo, se preparó para otro desafío: “Berlín Creators”, la primera cumbre creativa hispanohablante en Alemania, que co-creó junto a la periodista argentina Antonella Alcoba. “Este evento marcó un antes y un después. Por primera vez creamos una red desde nosotras, con nuestros códigos, nuestras emociones y nuestras visiones. Ya no desde la adaptación, sino desde la presencia plena”.
Con la misma naturalidad con la que recuerda la casa de su infancia cubierta de pósters de cine nacional, hoy Guadalupe habla de proyectos que conectan culturas, sabores y emociones. Aquella niña que jugaba entre el bosque y el mar en la Lucila lleva consigo la herencia de su abuelo actor y la transforma en un lenguaje distinto: el de la cocina como experiencia. Quizás por eso, un día, Elon Musk probó un bocado argentino en medio de la pompa tecnológica alemana. En ese gesto mínimo, se condensó el largo viaje de una vida entera.