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Charlie Kirk, Jimmy Kimmel y el futuro de la libertad de expresión en Estados Unidos

NUEVA YORK.- Difícil dimensionar en toda su magnitud la amenaza que se cierne de pronto sobre la libertad de expresión en Estados Unidos.Estados Unidos sigue en shock tras el asesinato del...

NUEVA YORK.- Difícil dimensionar en toda su magnitud la amenaza que se cierne de pronto sobre la libertad de expresión en Estados Unidos.

Estados Unidos sigue en shock tras el asesinato del joven militante Charlie Kirk durante un debate en un campus universitario. No se me ocurre nada más antitético al pluralismo y la democracia que la idea de que nuestras palabras, por polémicas que sean, puedan costarnos la vida.

Y para empeorar aún más las cosas, el gobierno de Trump está utilizando la muerte de Kirk como pretexto para amenazar con una represión generalizada contra los opositores políticos y culturales del presidente. Pam Bondi, la fiscal general de Estados Unidos, fue como invitada al podcast presentado por Katie Miller y prometió combatir los que considera discursos de odio. “Existe la libertad de expresión y también existen los discursos de odio. Y especialmente ahora, después de lo que le pasó a Charlie, esos discursos no tienen cabida”, dijo Bondi.

Los abogados conservadores llevan años litigando en la Justicia para proteger el derecho a la libre expresión de las empresas privadas, pero la semana pasada, cuando una empleada de Office Depot se negó a fotocopiar carteles que invitaban a una vigilia en honor a Kirk fue despedida, y Bondi le dijo a Sean Hannity, presentador de Fox News: “Si alguien quiere imprimir carteles con la foto de Charlie para una vigilia, tienen que dejar que lo haga. Podemos procesar a la persona que se niegue”.

Ambas afirmaciones eran completamente erróneas. No existe una excepción de la Primera Enmienda para los así llamados “discursos de odio”, y recientemente la Corte Suprema dictaminó por una mayoría de 6 a 3 que las empresas no están, de hecho, obligadas a crear contenido que viole sus valores.

Más tarde, Bondi dio marcha atrás con su amenaza de demandar judicialmente a quienes incurran en discursos de odio. “Si querés ser una persona odiante y decir cosas odiosas, tenés derecho a hacerlo”, se retractó la funcionaria.

Sería bueno que alguien se lo comunique a Trump, que en vez de reprender a Bondi por sus primeras declaraciones, redobló la apuesta y le dijo a Jonathan Karl de ABC que Bondi “probablemente iría detrás de gente como usted, que tiene el corazón lleno de odio”. Allí Trump también se jactó de haber cobrado 16 millones de dólares de la cadena ABC “por una forma de incitación al odio”.

Lo dijo horas después de presentar una demanda de 15.000 millones de dólares contra The New York Times, como parte de un evidente —e infructuoso— intento de intimidar al Times para que modificara a su favor la cobertura de las noticias.

Al mismo tiempo, el vicepresidente J.D. Vance instó a los norteamericanos a denunciar a ante sus empleadores a quienes celebren la muerte de Kirk en las redes sociales. “Denúncienlos carajo, llamen a sus empleadores”, dijo Vance, y a continuación agregó algo irrisorio: “No creemos en la violencia política, pero sí en la civilidad”.

¿De verdad alguien cree que Vance cree en la civilidad? ¿Y Trump? Recuerden que Vance es el hombre que en 2021 dijo: “Creo que nuestra gente odia a quienes tiene que odiar”, como si hubiera un odio bueno y un odio malo. ¿Alguien se olvida de que Vance se ocupó de esparcir la historia falsa de los inmigrantes haitianos que se comían mascotas en Springfield, Ohio?

“Distorsión informativa”

La arremetida contra la disidencia retórica no se detiene. Brendan Carr, presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), fue entrevistado en el podcast del influencer de derecha Benny Johnson y pareció amenazar con multas o revocación de licencias de transmisión por supuesta “distorsión informativa”, y mencionó específicamente a Jimmy Kimmel: horas después de las declaraciones de Carr, la cadena ABC canceló “indefinidamente” el programa de Kimmel.

En su programa nocturno, Kimmel se había equivocado. En su monólogo, dijo: “Este fin de semana tocamos fondo con la pandilla de MAGA y su desesperado intento de demostrar que este chico que asesinó a Charlie Kirk no era uno de ellos mismos, y haciendo todo lo posible para sacar rédito político”. La evidencia disponible indica que el tirador no pertenecía en absoluto al movimiento MAGA, pero los errores de un comediante nocturno no justifican que el gobierno federal presione a una emisora para que cancele su programa. (Además, como queda demostrado con el ataque a Kimmel, la segunda parte de su afirmación era correcta).

El asesinato de Kirk y la represión multifrontal de Trump contra el disenso se producen en un contexto de disminución del apoyo popular a la libertad de expresión.

El viernes, Kevin Wallsten, profesor de ciencias políticas en la Universidad Estatal de California en Long Beach, describió en The Wall Street Journal los inquietantes hallazgos de un estudio que realizó. Afortunadamente, Wallsten descubrió que casi el 80% de los norteamericanos todavía cree que la violencia “nunca es aceptable” para frenar la libertad de expresión. Lamentablemente, sin embargo, ese porcentaje va disminuyendo cuando se hace un desagregado generacional: el 93% de los baby boomers y el 86% de la Generación X rechazan la violencia, pero entre los millennials y la Generación Z ese apoyo es de apenas el 71% y el 58% respectivamente.

Son números que ayudan a entender por qué algunos celebraron la muerte de Kirk: rechazan tan contundentemente la libertad de expresión que se alegraron de ver cómo una bala cancelaba el debate. Creen que las palabras de Kirk merecían una respuesta violenta y gozaron con el letal resultado. Los mensajes del sospechoso del tiroteo —en los que supuestamente le dijo a su vecino de piso: “Estoy harto de su odio. Hay odios con los que no se negocia”— dan a entender que él mismo era una de esas personas.

Una de las evoluciones más lamentables de la política norteamericana moderna es la convicción generalizada de que la libertad de expresión es en cierto modo un obstáculo para la diversidad y la inclusión, y que para lograr un cambio social positivo es necesario reprimir los discursos “ofensivos” o “de odio”.

Esta mentalidad se ve reflejada, por ejemplo, en los “códigos de expresión” y en los “equipos de respuesta a la discriminación” que establecieron las autoridades universitarias como un esfuerzo bienintencionado para que los campus fueran más receptivos a los estudiantes históricamente marginados y subrepresentados, decidiendo reprimir los discursos irritantes sobre raza, sexo, género, sexualidad y otros rasgos personales.

Las lecciones de la historia

Pero la historia norteamericana nos enseña que precisamente la libertad de expresión es indispensable para que haya justicia y avance social. Durante los primeros 149 años del experimento democrático norteamericano, la libertad de expresión de los estadounidenses gozaba de muy pocas protecciones y garantías federales. La Declaración de Derechos se aplicaba únicamente al gobierno federal, por lo que los gobiernos estatales y locales tenían amplia libertad para crear sus propias normas referentes a la libertad de expresión.

Recién en 1925, la Corte Suprema dictaminó que las protecciones a la libertad de expresión de la Primera Enmienda también se extendían a los gobiernos estaduales. La pregunta ahora es ésta: ¿Hoy Estados Unidos es un país más o menos justo que en 1925? ¿Tiene mayor o menor aceptación de los grupos históricamente marginados?

Cuando una turba irrumpe en un escenario, cuando un presidente persigue a la prensa o cuando la bala de un asesino silencia brutalmente un debate, se violan los derechos del orador, pero también de todas las demás personas presentes y de cualquier otro que quiera escuchar ese discurso.

Esto significa que tengo el interés más directo y personal en proteger el derecho de otra persona a hablar: preserva mi capacidad de escuchar sus argumentos, considerar su punto de vista y quizás cambiar mis propias ideas o acciones. Pero puedo beneficiarme de escuchar el discurso de la oposición incluso cuando no estoy convencido, incluso cuando estoy más convencido de que mis posturas son correctas.

De hecho, puede ser importante escuchar incluso el peor discurso. El valor de una virtud a veces es más evidente en presencia de un vicio extremo. El contraste ayuda a iluminar nuestra causa. Después de todo, la verdad es más hermosa cuando disipa una mentira, y el amor alcanza su máximo poder cuando se enfrenta al odio.

Quiero concluir con una dura advertencia de otro defensor de la libertad estadounidense, Robert Jackson, juez de la Corte Suprema en la década de 1940 y posteriormente fiscal en los juicios de Núremberg. En un magnífico fallo de la causa de Virginia Occidental versus Barnette, Jackson señala que cuando “los métodos moderados para lograr la unidad han fracasado, quienes se empeñan en lograrla deben recurrir a una severidad cada vez mayor, y entonces, cuando el Estado redobla la presión para lograr unidad, también se agudiza la tensión sobre la unidad en torno a quién”.

Sin embargo, todo intento de forzar la conformidad es en vano. La lección final de la historia, prosigue Jackson, “es que todos los intentos de imponer cohesión son definitivamente fútiles, desde el afán de los romanos por erradicar al cristianismo como perturbador de su unidad pagana hasta los esfuerzos, cada vez más fallidos, de nuestros actuales enemigos totalitarios”.

De hecho, esos esfuerzos no solo son fútiles, sino que pueden cobrarse un alto costo. Mientras la familia de Charlie Kirk se preparaba para sepultarlo, mientras los familiares sobrevivientes de cientos de otras víctimas de la violencia política recuerdan a los padres, madres e hijos que perdieron, y mientras hay cada vez más norteamericanos que sufren amenazas y se empiezan a preguntar cuándo les tocará a ellos, las palabras del juez Jackson deberían resonar en nuestros oídos: “La unanimidad forzada de las opiniones solo logra la unanimidad de los cementerios”.

Charlie Kirk y yo teníamos muchos desacuerdos: representamos a sectores muy diferentes de la derecha norteamericana en general. En mi columna sobre su asesinato publicada el jueves pasado, mencioné que teníamos puntos de vista diferentes, pero no entré en detalles por una razón muy concreta: al observar la conmoción, el horror y el trauma de lo que acaba de ocurrir en ese campus universitario, sentí que la gravedad del hecho excedía por mayor cualquier desavenencia política. En ese momento no quise enfatizarlas porque quería enfocarme en lo realmente importante: la gravedad de la pérdida de un esposo y padre, y también concentrarme en cómo y dónde ocurrió.

Todo eso importa: que el asesinato ocurriera en un campus universitario frente a miles de estudiantes, y que la víctima fuese una persona casi omnipresente en las redes sociales de los miembros políticamente comprometidos de la Generación Z. Es muy difícil, por no decir prácticamente imposible, encontrar a un miembro politizado de la Generación Z que no sepa quién era Charlie Kirk. Todas esas características, tomadas en conjunto, convierten el asesinato de Kirk en un evento cultural más trascendente de lo que podríamos pensar.

Traducción de Jaime Arrambide

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/estados-unidos/charlie-kirk-jimmy-kimmel-y-el-futuro-de-la-libertad-de-expresion-en-estados-unidos-nid20092025/

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